Por Ramón Peralta

Todos vivimos inmersos en la máquina del tiempo. Estamos atados al pasado que ya pasó y al futuro que está por venir. En esa balanza nos movemos y nadie se escapa de ella. No podemos olvidar el pasado porque en él nos moldeamos. Lo que somos se lo debemos al pasado y nadie se puede despojar de esa marca indeleble que nos dejaron los días ya pasados aunque hay quienes quieren despojarlos con la fácil frase: “Lo pasado ya pasó y nada me importa.”

Por otro lado, somos impulsados a mirar hacia el frente, es decir, hacia el futuro, que mas que una realidad es una ilusión, o una  máquina amortiguadora, que usamos mas para envolver las penas y la desesperanza del pasado. Vivimos en esa encrucijada que para la mayoría de los seres humanos es ahogada en la rutina diaria y solo  la tomamos en cuenta cuando llega el paréntesis de fin de año.

El fin de año que nos recoge y nos congrega, en una manera de sentimientos íntimos con aquellos que cercanamente nos acompañan en este peregrinar y que forman parte de nuestro ser.  En sus caras podemos ver el reflejo de lo que ha pasado fuera, que este año quedó marcado por las manchas de una terrible pandemia que dejó sin vida a miles de nuestros conciudadanos y que quitó el optimismo de vivir a otros tantos más, al verse arrastrados hacia la incertidumbre de no poder proveer el fruto de la vida a aquellos que trajeron al mundo.

La pandemia ha puesto al mundo con la cabeza hacia abajo, sobre todo en aquellos lugares, como el nuestro, Estados Unidos, donde hemos tenido un liderazgo marcado por la indiferencia y la incapacidad de asumir la grave responsabilidad que el momento amerita, dejando a miles de ciudadanos a merced de la terrible pandemia y abandonados a su  propia suerte.

Miles de niños han sido arrastrados hacia el hambre al no poder acudir a sus escuelas, donde al menos podían paliar el hambre con el almuerzo gratis que allí se ofrece. Aunque la pandemia ha hecho baja a la economía, no se justifica que la administración Trump no haya puesto el esfuerzo que demandaban las circunstancias  y  facilitar una salida económica mas apropiada para aquellos sectores mas necesitados de la sociedad. En vez de combatir la epidemia con agresividad, el Presidente se hizo el desentendido como si nada estuviera pasando tildándola de una “simple gripe.” No fue capaz de mostrar  un ápice de compasión hacia los familiares de los miles de muertos e infectados mientras enfrentaban la incertidumbre y la desesperación de ver partir a los suyos.

Este panorama es lo que ha hecho del 2020 un año para no recordar. Ojalá que el venidero 2021 nos dé  la fuerza para recuperar lo perdido y tengamos líderes mas consecuentes con el destino de su pueblo.