Por Ramón Peralta

En el momento de escribir estas líneas se está llevando a cabo el asalto al Congreso de Estados Unidos por turbas convocadas por el Presidente Trump para que se detuviera la finalización del proceso electoral en la sala del Congreso.  Mi primera impresión fue de indignación pero no de sorpresa. Indignación, porque nunca pensé que una acción de este tipo pudiera ocurrir en el mismo centro de gobierno de la nación, cuyos gobiernos han estado proclamando y enarbolando en todo el mundo, que esta es la tierra por excelencia de la democracia, la libertad y el derecho. Por otro lado, porque se trata de una acción que creo no tiene precedente en la historia americana.   

Sin embargo, el hecho no me tomó por sorpresa porque desde que concluyeron las elecciones del pasado noviembre, el derrotado candidato y actual Presidente, Donald Trump, ha estado proclamando que las elecciones fueron ilegítimas y que les fueron robadas. Debido a esto,  ha persistido en llamar a sus seguidores a protestar para forzar a las diferentes instancias que legitiman el proceso a desconocer los resultados, aún a costa de violar los principios que  sustentan el sistema.

Como consecuencia de esos llamados de Trump fue que se produjo la manifestación en Washington, que una vez concluida, sus manifestantes se dirigieron como turba sin control al asalto de la cede del Congreso como si se tratara de un comercio o edificio cualquiera. El espectáculo provocado por las turbas no pudo ser mas bochornoso e indignante para aquellos, entre ellos algunos Republicanos, que se jactan en proclamar que este país es el non plus ultra y el altar de la democracia mundial.

Otro elemento que me llamó la atención fue, como los seguidores de Trump penetraron al Congreso y permanecieron en el recinto haciendo lo que le vino en gana sin que se produjera una reacción policial inmediata. Esa pasividad policial estuvo en contraposición de lo que ocurrió hace algunos meses cuando se llevaron a cabo en todo el país las protestas en contra de los abusos policiales. En aquel entonces y también, cuando el Presidente Trump se le ocurrió  de manera grotesca y burlona, presentarse con una biblia enfrente de una iglesia, los cuerpos policiales se hicieron presente de inmediato y los gases lacrimógenos, las golpeaduras y las detenciones no se hicieron esperar. En ese sentido, fue contraproducente y chocante ver como miembros de la turba después de romper ventanas y puertas se paseaban por los pasillos y las salas del Congreso, como si estuvieran en un parque cualquiera y como dice el refrán “Como Pedro por su casa”.  Algunos penetraron oficinas, entre ellas la de Nancy Peloci, Vocero de la Cámara Baja. En esa oficina hubo uno que ocupó el asiento y subió sus pies en el escritorio como si estuviera en un lugar cualquiera.

Lo mas penoso del espectáculo y la grotesca acción es, que  todavía hay miles de norteamericanos y medios noticiosos que consideran que tanto Trump,  como los maleantes que llevaron a cabo la acción tenían pleno derecho en hacerla.

No hay que ser un politólogo para concluir, que el hecho vandálico en el Congreso es un golpe moral a la democracia americana y sus líderes, que constantemente se mantienen interfiriendo en los asuntos de otros países con el propósito de restablecer la “democracia” que hoy es usurpada en su propio territorio. Pero no otra cosa se podía esperar en la conclusión de un período presidencial, encabezado por un señor, que siempre manejó la presidencia como si fuera un negocio y cuyo fin era el culto a si mismo, salpicado por la ignorancia y el desconocimiento cabal de los principios constitucionales.

Sin lugar a dudas, la acción que hoy ocurrió en el Congreso pone de luto a la democracia americana.